Un parche llamado ALPRAZOLAM

Aún tengo la boca sellada con el sabor AMARGO del ansiolítico. El parche aliado ante un entorno que no favorece a que deje de recurrir a estos remedios poco deseados. ¿Qué puedo hacer yo? Quizás lo sepa y por eso ENMUDEZCO. Porque no siempre es agradable saber el siguiente paso a dar, porque no tengo ni fuerzas ni ovarios suficientes para afrontar tanto cambio INDESEADO. Sin embargo, estoy yo. Y si algo me ha enseñado tantos años de terapia, aunque tal vez no lo parezca (o sí… ¡qué más da! ¡Qué cojones importa eso!), es que SÉ que yo voy conmigo, y VOY PRIMERA. “Peti qui peti”.
Mientras espero que todo tome forma, quemo cartuchos para no llegar a desenlaces no anhelados. Aunque, en esa espera veo cómo todo arde en llamas y lo hago con el fastidioso HORMIGUEO que siento continuamente en las extremidades, especialmente en las muñecas, las manos y cada uno de mis DEDOS. Es insoportable esta sensación que consume y me acalla. No obstante me ESFUERZO. ¿A qué? A poner palabras, aunque “APATÍA” sea mi primer nombre, porque no tengo ganas más que de SILENCIO y sueño con hacerme un ovillito en un rincón, único lugar para mí. ROMPO, rompo con todo sin permanecer quieta e intento poner PALABRAS. Cuesta… cuesta decir, agrupar, reordenar, tanta sílaba, tanto fonema, tanto DOLOR. Sí, todo duele, y NO poco.