<<Vehículo parado: cambiad de carril>>

¿En alguna ocasión no os ha apetecido que alguien que deseamos que nos acompañe lo haga incluso cuando nos quedamos paralizados? Ya sabéis, cuando nos hemos zambullido en un mar de porqués o de sentimientos incomprendidos o en malos momentos o… o en esos días, meses y/o años que no es fácil permanecer acompañado y nos cuesta salir del hoyo que se ha creado para y por nosotros. Hablo del verbo “acompañar” con todas las letras y en un sentido amplio. Acompañar añade, para mí, que el que permanezca no juzgue (incluso, aunque no comprenda), que esté de forma incondicional, que te escuche y hable desde la delicada verdad, que no quiera modificarte sin permiso. Esto, que parece algo simple, en realidad es extremadamente complejo. “Estar ahí” no es fácil. Rápidamente, los que nos quieren, nos dicen frases conocidas por ser muy empleadas, ya que surgen como un resorte automático en aquel que nos estima y no desea vernos sufrir: “no es para tanto”, “estás exagerando/sacando de madre todo”, “pronto pasará”, “yo conocí a… que le pasó lo mismo…”, “tranquilízate”, “si no te calmas solo empeorarás las cosas”… ¿Os suena? Comprendo que esto ocurra. De hecho, yo también he sido usuaria durante muchos años, hasta que aprendí que con buenas intenciones no basta para no herir a alguien.
Los aprendizaje mejores, quiera o no, me los han aportado momentos complicados; es más, los buenos aportan más aprendizaje si los contrastamos con los malos. Pues bien, a mis taitantos años puedo decir y afirmo que estas bienintencionadas frasecillas molestan. Lo digo porque fui, lo vi y lo viví. Al principio las aceptaba hasta que dejé lo automatizado a un lado y di vía libre a mi pensamiento razonado. En serio, ¿en pleno ataque de ansiedad es mínimamente adecuado decir que me tranquilice? ¿Es positivo incluso aumentar la preocupación con la culpabilización de “es que empeoras las cosas si no te calmas”? (Léase en modo irónico lo que viene a continuación, gracias): “¡Ah! Gracias, es que si no me llegas a decir que es que me tengo que calmar cuando estoy con ansiedad, mis neuronas no llegan por sí solas! Es que, me pone tan cachonda tener ataques de ansiedad, ahogarme y esas cosas… me orgasmeo tanto, que me atonta y no llego a la conclusión de que debo calmarme… menos mal que me avisas… ¡y con tus palabras amorosas, pero de mierda, haces que me sienta mejor… Su sincericidio (de sinceridad y suicidio), gracias de nuevo”. (Ironía acabada con amor y con voz de antigua máquina expendedora de tabaco)
Vale, después del desahogo, vuelvo a ser amable “et polie”. Nuestros seres queridos hablan desde SU YO, desde el amor, con todo el cariño y, también, con SU punto de vista y SU dolor al vernos así; sin embargo, queramos o no, nosotros, los que necesitamos ese acompañamiento (no juicio) nos sentimos juzgados (porque, aunque no sean conscientes, nos juzgan) e incluso vemos cómo invalidan nuestros sentimientos. Creo que todos estaremos de acuerdo si concluimos que esto, lejos de ayudar, de sumar… ¡pues resta! Y que del mismo modo que a nosotros nos puede desagradar, lo lógico y adecuado, quizás, sería que cuando veamos a alguien mal, no expresemos lo que sabemos que es molesto. Cuando me di cuenta de que yo también lo hacía, me quedé sin saber qué comentar. Es entonces cuando ves que tal vez sea mejor regir-se por dos reglas; una, si no puedes superar el silencio, es mejor no decir nada; y dos, en un caso de sinceridad, ser claros y expresar con delicadeza “siento mucho lo que te ocurre, no sé cómo ayudarte (o sí), sin embargo, para lo que necesites, aquí estoy” o un “¿puedo darte un abrazo?”. No sé, algo que salga conscientemente de nuestro corazón, con “sensiceridad” (¡Toma palabra que me he inventado! Ser sensible y desde ahí hablar con sinceridad).
Con esto no quiero decir que solo hay algo correcto, ni que yo, en la actualidad “esté por encima de”, ni mucho menos. Solo lo comento por si llega a alguien por casualidad y le puede aportar algo; y por puro desahogo (yo confieso, persona pecadora, que uso este lugar para lograrme desahogar, je, je). Ahora, puesto a confessar, bien es cierto que antes, desde mi maravillosa ignorancia, durante muchos años, he preferido que me dijeran esas frases tan normalizadas a sentirme sola porque, para mí, “sola” era estar sin nadie. Por así decirlo, prefería que me dijeran lo que fuera antes que la indiferencia. No obstante, de una tiempo a esta parte, veo claramente que me equivocaba. La definición de “sola” no es estar sin nadie, en realidad es estar sin quien sepa estar contigo (y no saber estar una consigo misma): quien no te juzga y te dice lo bueno, lo malo, lo regulero con el tacto suficiente para dejarte el lugar necesario para que puedas mostrarte siempre tal y como eres tú. Es “estar con (X)” sin miedo a qué dirá, a qué pensará, a si esto le hará huir, si aquello conseguirá que me diga “no es para tanto” o “tranquilízate”. Es difícil encontrar a gente así, lo sé. La hay, por supuesto. Y yo me siento muy afortunada por tener alguna que otra persona así, aunque también es cierto que he vivido momentos sola, sin nadie, y he comprendido que es mejor eso, reconciliarme conmigo misma (hasta donde pueda, porque quererse es harto complicado, incluso cuando tenemos los bolsillos opacos, mas llenos de motivos para amarnos) que dar explicaciones a quien no tiene la empatía, capacidad o X necesaria para poder acompañarme como necesito. Yo mi me conmigo, que diría Sabina.
Vale, todo este chorreo, ¿qué tiene que ver con la imagen y el título? Pues bien, enlaza con el pensamiento que me ha surgido al ver la señal de la carretera francesa por al que pasaba hace unas horas. Me ha venido esa espècie de metáfora o lo que sea, y me he prometido que seguiré trabajando conmigo misma, para seguir intentando quererme como mereixo. Mientras, me prometo que cuando me sienta “avariada”, en esos momentos malos, dejar e incluso pedir que quien no quiera acompañarme en ese viaje como necesito, que cambie de carril y, por favor, siga para adelante. Solo quiero sensiceros/as de acompañantes de viaje. ¿Y el resto? ¿Me margino? NO. Todos tenemos nuestro lugar. Pero yo, soy dueña de mi vida y por eso debo respetarme la primera y decidir con quién y cómo compartir nuestros tiempos, lloros y momentos. No es que no quiera a nadie más que a los sensinceros, no se equivoquen, oigan; es solo que estoy aprendiendo a quererME.
A quien corresponde, mi cutre quinteto:
Digo que eres mi bálsamo de mar,
eres, amiga, tú, por excelencia;
la sensiceridad a recrear,
icono del queso, rica demencia.
A tu vera deseo siempre estar.
Un comentario en «<<Vehículo parado: cambiad de carril>>»
Luz que irradias en cada paso que das,
Ocurrente y detallista.
Un alma noble, sincera y fiel,
Resiliente en la vida, con temple.
Dedicada a quienes ama sin condición,
Empática, guía con el corazón.
Superior, como todo lo de gran calidad.