La soledad de la salud mental
Buen tema, quizás, para iniciar algo que ni siquiera sé si lo va a leer alguien. Sola estoy, y sola me siento en multitud de ocasiones. ¿Por qué? Porque difícilmente las personas están preparadas para comprender y acompañar a alguien que apuesta por la salud mental, y que la comprende como lo hago yo. A menudo te ves incomprendida, juzgada, señalada, incómoda y sola ante aquello que te acontece y sientes. ¿Y por qué? Porque eres tú el juguete roto que debe recomponerse para dejar de molestar a la «normalidad». Eres tú la que se sale del redil e incomoda al rebaño. ¡Vaya telita!
Si te duele el pie, ve al médico, pero ¿qué pasa si te duele el alma?
Cuántas veces he encontrado el alivio únicamente en mi psicóloga. ¡Cuántas miradas a mi alrededor me han hecho ver que solo ella comprende y me ayuda a seguir avanzando! Y es que, pretender hacer entender a los demás lo que te sucede cuando estás empezando a entenderte tú es muy complicado. Pronto sacan a la luz el juez que llevan dentro y ponen el foco del interrogatorio apuntando a la cara del «rarito/a» o «sospechoso/a» que va al psicólogo. «Nunca digas que vas a la psicóloga porque te va a traer problemas». ¡Vaya!, y yo pensando que con ella los solucionaban… No, si va a resultar que lo normal es callártelos y seguir alimentándolos…
La salud mental sigue siendo tema tabú. Bueno, de vez en cuando se saca de paseo para que alguien «se cuelgue una medallita», emocionarnos en una «reivindicación» (ojo, que me parece maravilloso) y poco más. Con rapidez olvidamos cómo debemos actuar cuando nos encontramos con alguien que pide simplemente que se le escuche en un mal momento. Escuchamos, tal vez, no obstante raudos y veloces juzgamos y llenamos los bolsillos del que tenemos delante de «deberías» y «consejos para no dormir» que nadie ha solicitado. Nos envalentonamos de una manera tal, que impresiona al más pintado. ¿Realmente necesita eso? Probablemente no. Cuando estamos fastidiados, casi siempre solemos necesitar un hombro sobre el que llorar y un abrazo con el que consolarnos. No sé, un amor incondicional, respetuoso, que te ayude a salir de lo que te acontece. Notar que no invalidan lo que sientes, incluso cuando no comparten tu sentir/pensar contigo, es algo tan maravilloso como utópico. Aunque nos den mensajes cargados de buenas intenciones (se suele decir ese «bueno, tampoco es para tanto»; » hay que sacar hierro al asunto porque si no…»; «no hay que ser exagerado porque hay cosas peores en la vida») cuando estás mal, todo eso se traduce en un «estás así porque quieres», es decir, «es tu culpa». Vamos, que éramos pocos y parió la abuela…
El silencio no ayuda.
Durante muchos años, ante la ofensa o dolor que alguien me producía al no comprenderme-juzgarme, solía realizar dos conductas entrelazadas que empeoraban mi estado emocional. Uno de ellos era el silencio: callarme lo que pensaba. Con esa actitud, por un lado no solucionaba nada porque no le hacía al otro conocedor de lo que me ocurría; pero además, producía otra conducta, que era un enfado monumental que me comía yo solita. ¿Y cómo terminaba todo esto? En lágrimas. Llorando por la impotencia ante una situación no deseada y que sentía que no había sabido sobrellevar. Llorando por un dolor lleno de culpa y pena.
De un tiempo a esta parte estoy aprendiendo a que, cuando alguien me dé consejos indeseados o mensajes que aumentan mi malestar, cuando alguien me hiere, se lo digo. Desde el respeto, tranquila, con buenas palabras… ¡pero lo digo! Incluso, en ocasiones, lo hago en forma de pregunta tipo «¿qué pretendes con este comentario? Crees que realmente me aporta mejoría o lo contrario?» Lo que sea, mientras sea de forma serena, rompiendo con el silencio que acepta (sin desearlo) ese comentario no acertado. Con este cambio intento estar mejor, pero también busco crear un entorno que, aunque quizás no comprenda lo que siento, por lo menos no empeore mi estado. Lo hago con cariño, pero bajo el lema «si me quieres, entiendo que me respetarás esto que te comento; si no lo haces es que no me convienes». Lo que va siento un «si no me queréis, ¡irse!» Y aquí es donde viene uno de mis grandes dilemas: ¿qué ocurre cuando esa persona que no te conviene es alguien realmente importante para ti? Ahí es donde me encuentro ahora… Algunos pasos he ido dando, pero… el último que debo dar, me resulta tan tremendamente doloroso, que aunque sé que mi apuesta debería ser cerrarle las puertas de mi vida, no consigo darlo. Hoy he pasado el día acongojada, con la necesidad de llorar, acurrucada, envuelta en olor de lavanda… sin embargo no lo he hecho. Quizás ahora, al soltar estos primeros pajaritos de mi cabeza por aquí, me dé el lujo de llorar, sola con mi lavanda. Un ratito. Y así darme mi espacio para sentir y sobre todo para decirme que pase lo que pase ME QUIERO (o al menos eso sigo intentando aprender: Aprender a quererme). Porque yo soy la única imprescindible de mi vida, ¡está claro! Pero eso, aún y así… eso hoy duele, ¡y mucho!